jueves, 8 de septiembre de 2011

Bendiciendo a nuestro Dador

Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus Beneficios. Salmos 103 : 2
En este mundo de distracciones sin  número, muchas veces nos olvidamos de donde viene nuestra bendición. Si en algo gozamos de algun beneficio, si se nos fue concedida alguna gracia, si hemos alcanzado cosas que soñábamos, aún si hemos podido servir a Dios como deseábamos, no ha sido esto sino un regalo, una dádiva de nuestro Dios.
A El le debemos el respirar, el estar vivos y el caminar por la vida.
A El le debemos la buena salud y los beneficios que ésta nos acuerda.
A El debemos el perdón de todos nuestros pecados y la salvación eterna de nuestras almas.
A El debemos si hemos alcanzado un buen empleo, si hemos tenido el beneplácito de alguien, si hemos caído bien, si nuestros padres o amigos están con vida.
A El debemos todo lo que nos concierne, pues hasta nuestros cabellos están contados.
Nada se le escapa a este divino Maestro, inventor del Amor sublime, de la Gracia (o regalo) y de todo lo bueno.
¿A quién iremos, para agradecer de cada uno de sus regalos?
Solo a El le debemos todo.
Podemos bendecir a nuestros cónyuges, por su amor y compañía diarios, a nuestras familias, por su apoyo en cada momento de alegría o tristeza, a nuestros amigos, por sus consejos y por haber estado ahí cuando les necesitábamos, pero en realidad, todos y cada uno de esos beneficios, nos vinieron de Dios.
El es nuestro Padre, y como un buen padre se ha ocupado de nosotros hasta aquí.
Mirando atrás en la vida, haciendo un balance, vemos que desde que pusimos nuestra vida en Sus Manos, El nunca ha fallado.
Bendigámosle, agradezcámosle, alabémosle, adorémosle.
Porque El no cambió, El no se arrepintió de habernos concedido Su Gracia, a pesar de nuestros desaciertos.
El sigue siendo la firme Roca de los Siglos, donde cualquier mortal puede acudir, y encontrar un refugio eterno.
A Ti que nunca fallas, a Ti Dios eterno y viviente, a Ti Buen Padre Amado, sea la Gloria para siempre en mi vida.