lunes, 2 de julio de 2012

Dios llama

Cuando Dios nos llama, siempre requiere como primera cosa un profundo cambio.
El nos muestra cuán grande es nuestra necesidad de cambiar. La decisión siempre nos pertenece, pero las consecuencias de nuestra decisión serán decisivas y graves.
Tenemos dos opciones : u obedecemos a la sabiduría divina, y El hará un milagro, o seguimos como si lo que hemos oído no tuviera ninguna importancia, como si fuese un mensaje más, y entonces habremos perdido la oportunidad de hacer Su voluntad.
Cuando Dios nos hable, no nos hagamos los sordos, pues eso quiere decir que llegó nuestro momento, que El está por cumplir sus más preciosas y grandes promesas en nuestras vidas. Pero requiere de OBEDIENCIA.
La obediencia tiene también un origen, un requisito fundamental, y es el bajarnos del orgullo personal.
Dejar la seguridad personal, la propia prudencia y astucia y comprender que solo El tiene el poder del milagro. El es nuestra victoria y no nosotros mismos con nuestras brillantes ideas.
Humildad es reconocer que El es Dios verdaderamente, en nuestra vida también y no nosotros mismos.
Dios nos muestra en qué estamos estorbando Su vocación. Tenemos el poder de estropearlo todo, de destruir lo que El quiere hacer. Está en las manos de nuestra sabiduría personal, de nuestra soberbia de la vida y la seguridad de la carne, allí en ese lugar podemos mostrar lo peor de nosotros mismos.
Pero si decidimos apoyarnos en El y caminar escondidos en El, entonces El nos hará ganar, El mostrará cuán grande es y cuanto poder para hacer las buenas obras que preparó desde hace mucho tiempo, desde antes que naciéramos para que se hicieran realidad en nuestras vidas.
No nos creamos justos, pues si fuésemos justos, Dios no habría tenido que pagar tan cara nuestra salvación. Fue cara justamente porque somos, sin El, injustos, y siempre tenemos un área que enderezar. Solo en el cielo seremos libres de esta lucha.
Fíate del Señor de todo tu corazón, sí, de todo, no de una parte, escondiendo el resto, y no te apoyes (no te descanses, no la tomes en cuenta para las decisiones diarias de la vida en cada detalle) en tu propia prudencia. (proverbios 3:5)