lunes, 30 de septiembre de 2013

Poniendo equilibrio en nuestra vida



Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6: 33


En la descripción bíblica del hombre, se puede decir en forma metafórica que nuestro corazón tiene un trono.
Los reyes y reinas de otro tiempo ( y aún los de hoy, pero las implicaciones son distintas) se sentaban en tronos que les otorgaban poder.
El hecho de estar en un trono, implicaba también llevar una corona, una vestimenta púrpura ( que usaban los reyes exclusivamente), y un cetro.
La corona era la gloria del Rey, así como la capa de púrpura su investidura gloriosa y majestuosa. El cetro, era un instrumento de poder. Si el rey extendía el cetro, si lo bajaba o lo alzaba, esto tenía un significado. Inmediatamente se cumplían las órdenes de ese rey que hacía gestos con el cetro, y no cumplirlas era sinónimo de muerte segura para quienes estaban a cargo de obedecerle en todo.
Tanto la corona, como el cetro, como las vestimentas del rey no tenían efecto hasta que éste se sentaba en el lugar de poder, que era el trono.
El trono es una silla especial. Un lugar separado especialmente para esa persona que tiene el mandato máximo en el reino.
Desde el momento en que el rey se sienta en ese trono es que se le corona. Hay una ceremonia, la de la coronación. En ella el rey viene a la sala del trono vestido con sus vestimentas de poder. Y se efectúa el acto de "sentarse en el trono". Cuando se sienta es que toma su lugar de poder, se apropia del poder. Y entonces, solo entonces recibe la corona, símbolo de ese poder y de que nadie más en todo el reino ostenta semejante gloria.
Bien, en nuestra vida se efectúa algo similar, pues nuestro corazón le da poder a personas, a cosas y a situaciones, las cuales vamos coronando en diferentes etapas de nuestra vida dándoles un poder absoluto, y de las cuales dependemos.
En apariencia esto es normal, pues hacemos lo que sentimos, decimos. Pero el hecho de que estas cosas ocupen el trono de nuestro corazón es muy angustiante.
Dependemos de ellas para ser felices. Dependemos de lo que pase para sentirnos seguros. Dependemos de que todo sea como lo hemos planificado y si alguna cosa se trastoca, entonces temblamos, nuestro mundo se desmorona y ya no sabemos hacia dónde ir, o qué hacer.
Pero hay una salida para no vivir en la desesperación, y es entregarle el trono de nuestro corazón a nuestro Rey, Jesús.
No es un Rey déspota, ni tirano. Es por eso que, aunque el trono le pertenece, nunca lo tomará por la fuerza.
Pero el Rey nos suplica que reformemos nuestro entendimiento con Su Palabra, y que le permitamos ser el centro de nuestra atención, de nuestra vida, y que nos sometamos a su mandato, como la gente hacía antiguamente ante el mandato del rey del país.
¿Por qué nos pide esto?
Primeramente porque ES SU DERECHO. Él nos compró con Su sangre y tiene el derecho pleno de ocupar su lugar de privilegio en nuestras vidas.
Pero no es la única razón.
Mientras damos a personas, cosas y situaciones el lugar de absoluto poder en nuestras vidas, ya no podemos vivir tranquilos.
La paz huye de nosotros. Tenemos miedo de perder lo que amamos o nos parece perfecto y nuestras preocupaciones nos roban el sueño.
En cambio cuando el Señor es nuestro Rey, Él se ocupa de cuidar todas nuestras cosas. Ya no tenemos que preocuparnos. Ya no tenemos que temer, ya no tenemos que aferrarnos.
Por eso, para entregarle el trono, necesitamos comprender que Él es confiable.
Necesitamos comprender que Él tiene un plan grandioso para nuestras vidas y que nos llevará por donde Él sepa que es necesario para llevarlo a cabo. No será a nuestra manera.
No podemos aferrarnos a métodos que creemos infalibles, cuando en realidad no tenemos idea en nuestra torpeza, si son buenos o no.
A veces estamos tan acostumbrados a hacer las cosas de determinada manera que no aceptamos hacerlas de otra, simplemente porque eso desestabiliza nuestra rigidez, nuestra visión limitada.
Pero Dios no ve una parte del cuadro. Dios no tiene límites en lo que ve, Él ve el panorama completo, el mapa completo, y seguro que Él no se extravía en el proceso.
Así que, no te conviene aferrarte a aquello que no es infalible, porque si el diablo quiere, te lo puede romper y destruir.
En cambio si se lo entregas a Dios y lo dejas en Sus Manos, Él lo cuidará mejor que tú.
Así que, es una buena decisión el permitirle al Señor ser el Señor, valga la redundancia, en nuestras vidas y mandar sobre todos nuestros asuntos.
Es una decisión sabia y cuerda el permitirle pensar por nosotros y entregarle todos nuestros problemas y no preocuparnos más.
Seguro que Él se ocupa mejor que nosotros. Seguro que Él cuida mejor que nosotros de nuestros asuntos.
Nosotros, en cambio, guiados por nuestros temores, perderíamos hasta lo último de sabiduría que habíamos adquirido y nos transformaríamos en títeres de nuestras emociones.
Pero Dios no quiere esto. Dios quiere ser el centro de nuestra emoción, la alegría de nuestro corazón, aquello que nos motiva a seguir adelante, a proyectar, a vivir.
Cuando le permitimos ocupar el primer lugar, Él ordena todas las cosas y nuestros asuntos se ordenan también, y somos felices.
Busca primeramente el Reino de Dios y Su justicia. Busca amar a Dios con todo tu corazón, servirle, vivir para Él, y que Él sea tu motivación, y tu felicidad.
Seguro que Él se ocupa de todo el resto. Seguro que Él toma a Su cargo el resto de tus cosas y las cuida y las administra mejor que tú, PORQUE LO PROMETIÓ.
Es una promesa verdadera "... y todas estas cosas os serán añadidas". Todas, ninguna faltará.
Pon al Señor como tu primer amor. Pon al Señor como el centro de tu vida y Él no te defraudará.