No hay
nada más reconfortante que sentirse a gusto en compañía de nuestros hermanos en
Cristo. Compartir momentos de compañerismo incondicional, es algo que hace bien
al alma, y que nos permite sentirnos parte de algo importante. ¡Mirad cuán
bueno y cuán delicioso es habitar los
hermanos juntos en armonía! (Sal. 133:1)
Ese cariño
que uno recibe con tanta alegría quizás no podríamos recibirlo en su plenitud,
sin antes tener una revelación personal e íntima del Amor de nuestro Padre
Celestial.
Su Amor
es tan grande, tan inmenso, que solo podemos alcanzar a sentirnos plenamente amados
tocando el borde del océano de Su Amor y esto se logra buscándole, pero también
creyéndole.
Cuando
Dios dice que nos ama, es porque nos ama de verdad.
No podemos
comparar su Amor basados en cómo la gente nos ha tratado en la vida, ni en las
apreciaciones que se han hecho de nosotros, ni en las opiniones que a veces han
caído como un balde de agua fría sobre nuestras buenas intenciones.
Su Amor
no se parece al humano, pero muchas veces miramos Su Amor, o miramos Su Corazón
bajo un lente que está velado por cómo nos han tratado o cómo nos ha tratado la
vida, y entonces ponemos una pared que nos impide recibir, ser amados y sentirnos amados.
Por eso
es importante dejar de lado lo que nos haya pasado y mirar en la Palabra de
Dios qué es el Amor. Qué quiere decir la palabra “Amor”, según Dios.
“En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó (antes que nosotros pudiéramos amarle) y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como
sacrificio por el perdón de nuestros pecados” 1 Juan 4:10(NVI)
Es
importante asimilar y dejar que nos penetre la idea de que no hay nada que
podamos hacer de bueno, ni con esfuerzos de nuestra parte, ni haciendo la obra
de Dios, para que Dios nos ame más. Tampoco hay algo que podamos hacer, errores
de nuestra vida o de nuestra conducta que logren que Dios nos ame menos.
Su
Amor no se gana. Cuando no lo amábamos,
Él nos amó primero. Esa es la verdad. Y
aún ahora siendo cristianos, hay otra verdad que tiene que alcanzar nuestro
corazón: no podemos amarlo con nuestras fuerzas. Es siempre TODO DE ÉL. Recibimos Su Amor, le
permitimos sanarnos y llenarnos, y entonces nuestro corazón desborda de Su
Amor, y es ese amor, el Suyo, el que daremos. Es con Su Amor que le amaremos.
Es con Su Amor que amaremos a otros, con el nuestro, porque el nuestro es un
amor lesionado.
Nuestro
amor está lesionado y depende de muchas cosas. Si nos hieren nos sentimos heridos y ya no nos nace seguir
amando. Pero si estamos inmersos en el Amor de un Padre que nos ama todo el
tiempo, y que no nos ama basado en lo que hayamos hecho, sino que ya nos amaba
PRIMERO, entonces no estamos buscando que nos amen, no estamos buscando que nos
devuelvan nada, sino que buscamos cada día llenarnos más del Amor del Padre.
¿Cómo
conocemos ese Amor del Padre? Porque quien vio al Hijo vio al Padre. Si el Amor
de Jesucristo te conmueve, entonces has visto el Amor del Padre.
Y ese
Amor es un Amor que no lo ganamos: vino a nosotros.
No le pedimos
al Padre que nos amara, ni siquiera sabíamos que esa clase de amor existía, y
sin embargo, Él ya nos amaba, ya nos tenía en Su Corazón.
No nos
dábamos cuenta de que necesitábamos un rescate, pero Él ya había provisto una
vida superior para nosotros. Él veía que necesitábamos un rescate, y dio lo más
precioso que tenía : Su propio Hijo. Si Él dio lo más precioso, es porque para
Él somos preciosos. Tú eres precioso para Dios. Tú eres preciosa para Dios.
Eres la niña de Sus ojos.
Juan
tuvo una revelación profunda del Amor del Padre. Tan profunda y tan real fue
esa revelación que no le importó ser el único que se sintiera así. Se dio
cuenta de que Dios le había hecho único. Su evangelio es único, diferente de
los otros tres evangelios. Tuvo una revelación profunda del Amor del Padre y la
compartió con nosotros. Se dio cuenta. Vio cuán grande y cuán inconmovible era
la seguridad de ese Amor.
Pablo
también lo supo. Por eso dice que:
“Ni la
muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente,
ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna cosa creada nos podrá
separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro “ Romanos
8:38-39
Cuando
tienes un encuentro con ese Amor, te das cuenta de que ahora SABES lo que antes
no sabías : que eres amado, que siempre serás amado y que Dios no puede dejar
de amarte, porque te adoptó y eso es para siempre.
Puede
que pienses que le has fallado a Dios, que no has alcanzado lo que te habías
propuesto y que nunca lo alcanzarás. Pero déjame decirte que, es cierto. En la
carne, en ti mismo es imposible.
Pero
déjale a Él sanar tu corazón. Déjale a Él llenarte de Su Amor. Déjale a Él ser
Él en ti y entonces, será Él quien haga todo por ti y no tú tratando de “esforzarte”
… en un esfuerzo completamente inútil.
“En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto
echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido
perfeccionado en el amor” 1 Juan 4:18(NVI)
Cuando
te dispones a permitir que ese vacío que sientes sea llenado por el Amor de tu
Padre Celestial, cuando le permites llenar tu vida y tu corazón, entonces ya no
vivirás en temor. Tu idea sobre Dios cambiará y no pensarás que está “midiéndote”.
Es
importante entonces, es vital, disponer nuestro corazón para recibir una
revelación profunda del Amor de nuestro Padre Celestial, sin lo cual la vida,
aún la vida cristiana, puede ser muy mediocre, muy superficial y nada
satisfactoria.
Oración
:
Padre
Celestial : Hoy me dispongo a abrir mi corazón a la Verdad de tu Palabra. Ya no deseo vivir en temor, ni con una idea
equivocada de Ti. Quiero y deseo tener un encuentro verdadero contigo y con tu
Amor por mí. Me dispongo a creer que Tú me amaste primero y que diste lo más
precioso que tenías, tu Hijo, porque me
amabas a mí. Recibo tu Amor en mi corazón. Te permito sanar mis heridas y
cambiar mis ideas por las tuyas. Declaro ahora que tu perfecto Amor echa fuera todos mis miedos, todos mis
temores y mis ideas falsas y acepto no buscar más ser llenado con la aceptación
de los demás, porque Tú me has aceptado. Tú me hiciste diferente y único y lo
acepto, porque así te agradó, porque ese era tu Plan. Gracias Padre por
derramar tu inmenso Amor sobre mí. En el Nombre de Jesús, amén.