“Y había allí un hombre que
hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Y cuando Jesús lo vio acostado, y
supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: “¿Quieres ser sano?” Juan 5:5-6
38
años.
38
largos años de una enfermedad para la cual no había esperanza alguna.
Quien
ha soportado el yugo de la enfermedad grave, de esa enfermedad que le quita
todo a una persona, a veces hasta la dignidad, sabe de qué se habla aquí.
En 38
años pasan muchas cosas. Al principio la persona piensa que la dolencia se irá
como vino. Si hasta el momento estaba sana, si hasta el comienzo de los
síntomas todo iba bien, entonces todo volverá a estar bien. No puede ser de
otra manera. Pero los síntomas no se van. La consulta al médico es inevitable.
Puede que recibiera un tratamiento o varios. Pero el hecho es que esta persona
ya se sentía tan débil que pasaba más tiempo acostada que levantada. Si bien
podía bajar hasta el estanque donde un ángel descendía a agitar el agua (v.7),
sus movimientos eran tan lentos que cualquier otro enfermo llegaba al agua
antes que él.
Con
todo aquel hombre seguía allí. No sabemos si venía cada día o si ya vivía
frente al estanque. El hecho es que no había perdido la esperanza. Porque si la
hubiera perdido, se habría ido.
Y aquel
día, como durante tantos otros días, aquel hombre miraba fijamente las aguas,
como el resto de la multitud de gente enferma que vigilaba lo mismo. Como el
ángel pasaba “de tiempo en tiempo” (v. 4), no se sabía cuándo sucedería. Pero
aquel hombre estaba seguro de una cosa: en tal caso él haría una vez más el
esfuerzo de ponerse de pie. Una vez más comenzaría a levantar un pie delante
del otro en el intento de caminar para alcanzar meterse en el agua.
En esta
historia no se nos cuenta si el ángel pasó más tarde aquel día. Pero sí que se
presentó allí otro más poderoso que él: el Señor de los ángeles, el Hijo del
Dios viviente encarnado y caminando entre nosotros como un hombre más.
¿Quién
hubiera dicho que Jesús, entre tantos hombres, era especial? No lo decían sus
vestimentas. No lo decían sus facciones, ni su altura, ni su forma de andar.
Pero
Sus palabras y Sus hechos lo decían.
Así, el
hombre enfermo se encontró con el Hijo de Dios, y tuvieron una conversación.
El Hijo
le preguntó algo que parecía obvio:
“¿Quieres
ser sano?”
Parece
una pregunta tonta. ¿No era acaso evidente que ese enfermo estaba allí como
todos los demás enfermos esperando la llegada del ángel?
Sin
embargo la pregunta del Señor va más profundo que eso. En realidad la pregunta
del Señor quiere decir: ¿Realmente deseas recibir el toque de Dios?, ¿Realmente
estás motivado?, ¿Realmente guardas la esperanza? ¿Todavía conservas la fe?
Es ésa
la pregunta del Señor, y esa pregunta no es una idea arbitraria que al hombre
Jesús se le ocurrió en aquel momento, no. Porque el hombre Jesús no hizo nada
mientras estuvo en la tierra, que no fuera una idea del mismo Padre Celestial.
Él mismo lo dice más adelante: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo
hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque TODO lo que el
Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.”(Juan 5:19)
El
Padre tiene compasión de la enfermedad. El Padre ha visto la enfermedad de este
hombre, su sufrimiento, su cansancio, su desaliento, y también … su
perseverancia en estar … otro día más frente al estanque.
Este
hombre iba al estanque porque quizás ese día … tal vez ese día el ángel pasaría
… tal vez ese día las aguas se moverían … tal vez ese día las fuerzas le darían para llegar a tiempo …
tal vez ese día sanaría. Pero concretamente ese hombre no tenía sino
esperanzas. A los ojos de cualquiera parecerían esperanzas ilógicas pues no
tenía fuerzas para correr, para adelantarse a algún otro y llegar primero.
Sin
embargo, seguía perseverando. Seguía creyendo.
Y el
Padre lo ve y Su corazón se conmueve.
Y
aunque antes no había podido ayudarlo, porque Jesús aún no había comenzado su
ministerio, ahora sí puede. Antes no tenía en la tierra a uno que hiciera TODO
lo que Él hace, pero ahora lo tiene. Es Su Voluntad encarnada, y puede
acercarse a ese hombre que espera lo imposible y preguntarle: “¿Todavía quieres
ser sano?”, “¿Todavía esperas ser sano?”, “¿Todavía crees en Mí?”
Y
entonces sucede el milagro: Jesús oye al Padre decir: “Que tome su lecho y que
se comience a caminar. Ya di la orden. Ya lo sané.” Y el Hijo repite las
Palabras salidas del corazón mismo del Padre :”Toma tu lecho y anda.” Ahora
viene lo importante: si ese hombre no hubiera creído que ya estaba sano, se
habría quedado en aquella cama esperando el día de su milagro. Él podría
haberse preguntado: “¿Y quién es éste para decirme que me levante?”
Alguien
podría decir que no lo diría pues Jesús era ya conocido por sus milagros y sus
buenas obras. Pero este hombre enfermo no sabía que quien le hablaba era Jesús
(versos 12 y 13).
No
sabía. Sin embargo, igualmente, porque no tiene nada que perder, porque de
todas maneras si no es cierto solo le queda seguir esperando con los demás
enfermos frente al estanque, decide hacer la prueba.
Dios
ama profundamente a todos los enfermos.
Pero éste obtiene su bendición porque decide obedecer la Palabra que, se dijo,
bien podía venir de Dios.
Decidió
darle una oportunidad a Dios.
Hay
quienes aún no están muy seguros cuando se les plantea el mensaje de Jesús.
Pero igualmente deciden darle una oportunidad a Dios. Se dicen : “Ya lo intenté
a mi manera”, o “ ya lo intenté a la manera de otros”, o “¿Qué más puedo
perder? Le daré una oportunidad a Jesús. Le daré una oportunidad a Dios”. Y
Dios premia esa actitud de corazón. ¿Por qué? Porque para trabajar en nosotros,
Dios necesita la fe. La fe es el material por el cual Dios puede obrar en
nosotros. Si no hemos recibido nada, no es porque Él no quisiera dárnoslo, sino
por nuestra falta de fe.
Como
dice Hebreos 11:6 : “Es necesario que (todo aquel que) se acerca a Dios crea
que le hay (es decir, que existe un Dios) y que es galardonador de los que le
buscan”.
La vía
de comunicación entre Dios y nosotros es la fe. Sin fe es imposible entrar en
contacto con lo que Él quiere transmitirnos. Es necesario entonces,
primeramente creer que Él existe, pero también que Él está deseando premiar a
quienes lo buscan. Es NECESARIO. Es parte de lo que necesitamos para ser
bendecidos. Pare recibir de Él, tanto para nuestro espíritu, como para nuestra
alma, como para nuestro cuerpo. Para TODO en nuestra vida necesitamos la fe.
Este
hombre probó la bondad del Señor. Se decidió, pues no tenía nada que perder,
pues ya lo había intentado todo, a hacer lo que nos aconseja el salmo 34 : “Gusta
( esto es PRUEBA) y ve que el Señor es bueno”
El Señor
es bueno. El que había estado debilitado
durante 38 largos años se puso de pie, contra toda expectativa. Caminó sin
sentirse cansado. Caminó como una persona completamente sana.
Así
sucede a cualquiera que confía en la Palabra de Dios.
Así
sucede a quien prueba la proposición que Dios le hace y se apoya en ella.
Esa
persona recibe sanidad y comienza una nueva etapa en su vida.
Oración
: Padre Celestial : He decidido creer lo que Tú dices en Tu Palabra, Señor. Tú
dices que a aquellos que te creen, tú los bendices y yo dispongo mi voluntad
para recibir la sanidad que Tú has preparado para mí. Abro mi corazón para
recibir la salud completa que es Tu Voluntad que yo reciba. Sé que Tú eres mi
Sanador y que no hay Médico más poderoso que Tú. Gracias, Padre por el
sacrificio de Jesús en la cruz, por medio del cual mis pecados han sido
perdonados y allí mi enfermedad también fue destruida. Ahora mismo recibo de Ti
la bendición y creo que por sus llagas yo fui sano. En el Nombre de Jesús,
amén.