lunes, 8 de abril de 2013

REDES QUE NOS RETIENEN

 
Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
Mateo 4:20

 
Si deseamos recibir lo mejor de Dios, será un requisito fundamental que estemos dispuestos a aceptar sus proposiciones.
Esto requiere plena confianza. Nadie que piense que lo que él tiene es mejor que lo que otro tiene para ofrecer aceptaría un cambio.
Muchas veces y en muchas cosas necesitamos cambiar, pero el cambio más importante y que nos llevará a disfrutar de lo que el Señor nos quiere dar en plenitud y con creces es la aceptación.
Aunque obedezcamos en forma externa, aunque hagamos lo que es correcto porque sabemos que tenemos que hacerlo, aunque caminemos por el sendero que hay que caminar porque es nuestro deber, si no creemos que por ese lado el Señor tenga algo bueno para ofrecernos, no obtendremos mucho.
Si en el fondo no tenemos fe, eso obstaculiza que disfrutemos de Su Presencia y que Él pueda bendecirnos.
El primer paso es, entonces, abrir el corazón para aceptar lo que Él nos está proponiendo, aunque esto nos lleve a una aparente renunciación a los planes que teníamos.
Esos planes nos parecen a nosotros lo máximo, lo más genial que pudiera ocurrirnos.
Sin embargo, aunque sean geniales, nunca serán más geniales que los que el Creador de la genialidad tendrá.
Él nos quiere dar las peticiones de nuestro corazón, pero tiene otros caminos, tiene los Suyos, que no se pueden equivocar.
A partir del momento en el que aceptamos esto, aunque no sea algo que se pueda ver, solo entre Él y nosotros, se abre la puerta de la Bendición, de la Gran Bendición de la Gracia, que no podía venir sobre un corazón que limita a Dios.
Estamos tan aferrados en este mundo a la ciencia, a lo que podemos explicar con lógica que, cuando Dios nos dice que Él sacará agua del desierto y que hará llover donde nunca había llovido, no le creemos.
Pero si Él lo dice, si Él te lo prometió específicamente a ti, es porque Él es capaz de hacerlo. Y no solo es capaz, sino que lo quiere hacer contigo concretamente.
Los retrasos en recibir lo que anhelamos no están en el corazón de Dios, sino en nuestro rechazo a aceptar sus Métodos.
Él estableció que para conocer las leyes del Reino hay que "entrar por la puerta". No hay otra manera.
Nos parece tonto, nos parece una idea infantil, pero quien no entra por esa puerta, no entrará por la ventana ni por el murito de al lado. Es una ley, una condición indispensable.
Eso pasa en todos los órdenes de la vida.
Si Dios me ordena ir por un camino que a mí me parece de apariencia tosca, es porque el saca de lo tosco agua viva, y se complace en transformar los desiertos en oasis. Y si yo no pongo fe en lo que Él me dijo, entonces no puedo alcanzar la bendición.
Porque la bendición no se alcanza porque todo parezca favorable, se alcanza porque, si creo, Dios me da Su Regalo, así de simple. Y Él puede darlo tanto en las playas doradas del balneario más hermoso del mundo, como en el desierto del Sahara, o en América Latina.
Dios no está limitado.
El es el Rey, con mayúscula, el Vencedor.
Y el Dueño de todo.
¿Lo creo? ¿Le creo a Él?
Pues entonces obedeceré, no porque hay que hacerlo, no porque es mi deber, sino porque confío en que Él eligió un camino espléndido, donde Él es el Gran Guía. Un camino de sorpresas agradables, de milagros, de alegrías y esperanza.
Un camino que yo no podría haber creado por más imaginación que tuviera, porque las apariencias engañan.